
«¡Qué aburrimiento!» «Estoy aburrido». «Eso es aburrido». «X o y me aburre». «Eso dura mucho». «Estaba leyendo el primer párrafo y me quité». «Me dormí». «¿Quién tiene tiempo para eso?», etc. Estos son muchos de los mantras que se recitan a diario por personas cansadas y sobre estimuladas por la gran abundancia de contenido digital que se encuentra allá afuera. Sin embargo, muchos de los que se repiten estas cosas, a ellos y a los demás, son los mismos que se amanecen frente al televisor y su celular sin ningún problema; listos para levantarse al otro día a quejarse de lo mismo.
El filósofo francés Blaise Pascal, dijo, en los 1600 (nada menos): «toda la infelicidad del los hombres surge de un solo hecho: la inhabilidad de permanecer en silencio en su propia habitación». Un pensamiento muy profundo que ha tenido cientos de interpretaciones y que al sol de hoy, quizás más que nunca, sigue vigente.
Muchas veces he llegado a pensar que el «aburrimiento» nace de la incapacidad que tenemos de estar solos con nuestros pensamientos, de escuchar nuestras voces interiores, de pensar y de afrontar que, en la vida, no todos los momentos tienen que estar llenos de estimulación externa y diversión. Lo primero que muchas personas hacen antes de levantarse de su cama es ver su teléfono, al igual que lo último antes de cerrar sus ojos en la noche. Estamos viviendo en tiempos donde cada vez es más difícil concentrarse en algo. Todo está diseñado para que estés distraído, para que compres esa cosa, para que te compares con otros y así se siga perpetuando el mismo ciclo. Aunque todo esto es para tu supuesta «conveniencia», cosa que dudo, porque si fuera para tu ayuda, serías tú el que te ganaras el dinero. A mi parecer, la mayoría de los productos que se consumen hoy día, se están haciendo con el enfoque de ser digeridos mientras haces otras cosas o la llamada «multitarea». Estamos tan cortos de tiempo y de concentración que ya no leemos el libro, ahora lo escuchamos. Y no es que se haga en un lugar tranquilo donde se promueva nuestra atención y comprensión; lo hacemos mientras conducimos, cocinamos, limpiamos, nos ejercitamos y hasta cuando vamos al baño: podcast, videos, juegos, aplicaciones móviles, audiolibros, etc. Convirtiéndonos eficientemente en la máquina de consumo más avanzada que existe. En resumen, viejos eran los tiempos donde concentrábamos todas nuestras fuerzas en una sola cosa a la vez.
Sé que muchas de estas son herramientas convenientes para muchos que verdaderamente no les sobra el tiempo para otras cosas, pero tenemos que tener mucho CUIDADO de no pasar de usar las herramientas, a que las herramientas nos utilicen a nosotros. Esta constante estimulación nos aleja cada vez más de nosotros mismos y nuestro bienestar emocional. Creo que estos son los síntomas de algo más profundo, de una desconexión con el yo; de los momentos donde se da el trabajo creativo y la reflexión. Me consta que todo esto puede sonar bastante negativo, pero mi enfoque es ver esto como una oportunidad para hacer algo el respecto. Para reconectarnos, para hacer el trabajo interior que tanta falta hace y encontrar el tiempo que necesitamos sin paralizarnos por la plétora de distracciones con las que nos encontramos día a día. Nuestro cerebro sigue siendo el mismo que hace miles de años; uno que no está preparados para recibir la cantidad de estímulo que recibimos a diario.
Un monje en Times Square
Antes de la pandemia estuve varios días en Nueva York y una noche, mientras caminaba por Times Square, me sorprendió la cantidad de personas que había, pero lo más que me impactó fue ver a este hombre con los ojos cerrados y una sonrisa en su cara en medio de todo el bullicio. La curiosidad me mataba y no pude evitar acercarme a él para preguntarle el porqué y el cómo de su quietud. Me dijo: «estoy escuchando el sonido de una campana de meditación y aproveché para tomarme unos minutos de silencio. ¿La escuchas?» Pensé: ¿cómo? Me invitó a cerrar los ojos con él y a concentrarme. Fue en ese exacto momento cuando comencé a escuchar el sonido de la campana y como ahogaba todo el ruido de mis alrededores, escuchando la campana cada vez más fuerte. No sé de donde provenía el sonido, pero era como el de las campanas (Tibetan singing bowls) que usan los monjes budistas para comenzar y terminar sus secciones de meditación. Luego me dijo que podía alcanzar este estado si se concentraba en hacer una sola cosa a la vez; todo esto con una mirada serena y una sonrisa dibujada en su rostro. Si este hombre pudo encontrar enfoque en el medio de una de las ciudades con más movimiento en el mundo, nosotros podemos lograrlo en nuestras habitaciones. Quiero terminar esto con una invitación a tener más momentos de quietud en tu día. Puedes comenzar por varios minutos e ir incrementándolos poco a poco. Puedes hacerlo mientras caminas; mientras te bañas; mientras comes o simplemente sentarte y estar solo con tus pensamientos.

