
Todos quieren ser notados. Y digo todos, por que hasta los más introvertidos y lobos solitarios quieren dejar su marca. No tan solo que los vean y reconozcan (y no hablo del compañero(a) de escuela del que te escondes en el supermercado pero tienes en tu lista de «amigos» en Facebook). También queremos ser necesitados y, no solo por ego, sino para integrarnos en la sociedad y ser «útiles» o quizás, entregarnos a algo más grande que nosotros mismos; un deseo de trascender, de no morir, de alguna manera, permanecer. No queremos ser invisibles a nuestros semejantes. Y mucho más en estos tiempos, donde la moneda de más valor es nuestra ATENCIÓN. La misma que le regalamos a nuestros dispositivos en vez de a nuestros hijos, pareja, familia, amigos, etc. Lo increíble es que lo hacemos para ser notados por aquellos que no nos conocen. Los que no conocen nuestros motivos, camino y penas. Es más «fácil» lidiar con lo superficial, con lo de afuera y pongo «fácil» entre comillas por que esto que pensamos que es más sencillo, la mayoría del tiempo nos deja más vacíos, por que en muchas ocasiones (si no es todo el tiempo) hay una falta de sustancia en las relaciones que mantenemos a través de nuestros dispositivos.
A lo mejor también queremos ser validados, no perder la relevancia, algo parecido a lo que le pasa al personaje de Michael Keaton en la película de Alejandro G. Iñárritu, Birdman, donde un actor intenta revivir su decaída carrera escribiendo, dirigiendo y protagonizando una producción de Broadway donde él se escribe a sí mismo como el héroe. ¿No es esto algo parecido a lo que hacemos en nuestros muros de redes sociales? Curamos, editamos y acomodamos todo para que se vea lo más parecido a la vida de una estrella de Hollywood (o lo que creemos que es). Ser «notados» en el mundo digital también nos separa de las personas que están a nuestro lado. Nuestras emociones y sentimientos no pueden ser fabricados en todo momento. Las relaciones en el plano físico requieren tiempo, trabajo y disposición (de ambas partes) para que funcionen. Las personas no tenemos un botón de like ni una barra de comentarios donde todo el mundo puede acceder en todo momento y apretar nuestro botones y acomodar lo que quieren o no quieren ver de nosotros.
¿Por qué entregarnos tan fácilmente? ¿De verdad valoramos la opinión que otros puedan formar de nosotros más que la de nosotros mismos? ¿Valen más las relaciones vacías que se dan en las redes que lo complejo y real que está frente a nosotros? Es una paradoja y no tengo la preparación para contestar estas preguntas. No me malentiendan, todos necesitamos esto pero, no puedo evitar pensar que estamos buscando en los sitios incorrectos. Quizás así es la naturaleza humana o, a lo mejor, la tecnología ha avanzado mucho más rápido que los saltos evolutivos que nosotros (como humanos) hemos dado. La accesibilidad y la superficialidad de las relaciones que sostenemos a través del mundo digital están fuera de nuestro alcance en los términos antes mencionados (evolución: humanos vs. tecnología). El ser humano es incapaz de mantener y poder complacer o acomodarse a diferentes culturas y opiniones simultáneamente. Esto me lleva a otra cuestión. Si queremos ser notados y validados, ¿por qué no empezar por algo más pequeño? Nuestra casa, comunidad, trabajo, familia y el resto de los grupos que se encuentran cerca de nuestro círculo. Esto es un alcance realista y posible en el que podemos recibir, mutuamente, una comunicación genuina y sincera, con retroalimentación de ambas partes que, al fin y al cabo, dejan un impacto duradero, real y cuantificable en las vidas de todos.